Las emociones como componente de la racionalidad humana

  1. García Sedeño, Manuel Antonio
Dirigida por:
  1. Amparo Gómez Rodríguez Director/a

Universidad de defensa: Universidad de Salamanca

Fecha de defensa: 22 de noviembre de 2016

Tribunal:
  1. Alfredo Marcos Martínez Presidente/a
  2. Obdulia M. Torres González Secretario/a
  3. Pedro Ramiro Olivier Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

Tradicionalmente, las emociones fueron consideradas como aspectos negativos para la razón humana ya que la distorsiona y favorece el desarrollo de multitud de patologías mentales. Se aceptaba, casi de forma unánime, la existencia de una escisión entre razón y emoción en la que la razón debería controlar siempre la emoción. En los últimos 50 años la Psicología ha indo profundizando en el estudio de la racionalidad y sus propuestas han sido tenidas en cuenta por teóricos de la racionalidad procedentes de la Filosofía, la Economía, las Matemáticas y la Informática favoreciendo la aparición de diversas propuestas que rompen la dicotomía entre razón y emoción, mediante la consideración de que las emociones tienen un papel relevante en el comportamiento humano racional e inteligente y que han de ser considerados en su estudio. Entre ellas se encuentra la de Magda Arnold, en los años 60, que planteó un enfoque cognitivo de las emociones a partir del concepto de valoración o apreciación. Asegún esta autora, para que ello se produzca, primero es necesario que el cerebro evalúe el significado de dicho estímulo, y sólo, cuando ambos procesos se dan, la acción puede desencadenarse en una dirección determinada. Es decir, el ser humano empieza a ser visto como un elemento activo, intrínsecamente motivado para actuar en el ambiente, en el que se entremezclan procesos neurofisiológicos y conductuales a través de la secuencia percepción: emoción: acción (Quirós y Cabestrero, 2008). De esta forma se genera una línea de pensamiento y de investigación a la que se unen autores como Lazarus (1994), que empieza a considerar las emociones como reacciones complejas que comprenden: un estado mental subjetivo (por ejemplo, el sentimiento de ira, ansiedad o amor), un impuso a actuar (como huir o atacar), tanto si se expresa abiertamente como encubiertamente, y profundos cambios corporales (por ejemplo, una elevación de la frecuencia cardiaca o de la presión arterial), todo en función de una meta propuesta por el sujeto. Implica, como defiende Vigotsky, la idea de Yo. Con los avances en el campo dela Neurofisiología, los estudios sobre las emociones se han visto enriquecidos. Los trabajos sobre las bases neurológicas y cognitivas de las emociones realizados por Antonio Damasio (1994), especialmente su hipótesis del marcador somático, han supuesto un hito en el estudio de la razón y su relación con las emociones. Damasio relaciona los ámbitos neurofisiológico, cognitivo, emocional y social a través de los sectores cerebrales ventromedial, responsable de las operaciones de atención y memoria, y dorsolateral, responsable de otros ámbitos del conocimiento. Los estados emocionales y los cambios fisiológicos que la acompañan quedan asociados en la memoria con las circunstancias sociales que la producen. Así, el cerebro, gracias a procesos asociativos, puede tomar decisiones en situaciones semejantes sobre las posibles respuestas ante un estímulo externo. De todo ello, se puede defender que las emociones son esenciales para que el ser humano desarrolle su capacidad para aprender ya que, no sólo pueden modificar su estructura cerebral, sino favorecer también la construcción de las ideas, las creencias y las convicciones; estos es, el conocimiento sobre el que se levanta la razón. Marha Nussbaum (2012,2014), apoya esta posición, al asumir que los seres humanos son intencionales, y que las emociones son la base de las creencias. Según ella, estas creencias, al final, no son más que un producto construido sobre las experiencias y la utilidad que ele sujeto les otorga para su desarrollo posterior. Nusbaum califica a las emociones de eudaimonistas, ya que poseen la capacidad de relacionar los objetivos del ser humano con sus proyectos de vidas y, por tanto, con su capacidad de razonar.