Los cautivos de los apaches y comanches en el noreste de México

  1. SANCHEZ MORENO, FRANCISCO JAVIER
Dirigida por:
  1. Consuelo Varela Bueno Director/a
  2. Pablo E. Pérez-Mallaína Director/a

Universidad de defensa: Universidad de Sevilla

Fecha de defensa: 09 de marzo de 2012

Tribunal:
  1. Miguel Molina Martínez Presidente/a
  2. Beatriz Vitar Secretario/a
  3. Antonio Gutiérrez Escudero Vocal
  4. José Antonio Armillas Vicente Vocal
  5. Alberto José Gullón Abao Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 332433 DIALNET

Resumen

La toma de cautivos constituyó una práctica habitual dentro del panorama de las relaciones interétnicas de las agrupaciones indígenas que habitaron en el norte de México y el sudoeste de los actuales Estados Unidos. Como resaltaron algunos estudios clásicos, que dedicaron parte de su atención a los grupos del noreste mexicano y sur texano durante el siglo XVI, la guerra por el control de los escasos recursos naturales constituyó la forma más frecuente de los contactos intertribales. Este tipo de lucha, a pequeña escala, buscaba al mismo tiempo mermar la capacidad reproductiva, material y cultural, de los diferentes competidores, por lo que para ello el recurso al cautiverio de varones jóvenes y de mujeres fue habitual. Con la llegada de población sedentaria de adscripción cultural novohispana o europea, los indígenas experimentaron un proceso de adaptación en el que este instrumento para la regulación demográfica y de carácter económico también estuvo presente. Puede decirse que la llegada de los sedentarios fue sentida como una amenaza no sólo porque suponía la inclusión de nuevos competidores en la lucha por el control de los recursos naturales, especialmente los acuíferos, sino también porque los colonos mantuvieron una actitud predatoria sobre los propios naturales en su búsqueda del aprovechamiento de estos últimos como mano de obra obligatoria. Este matiz hizo que el mantenimiento de determinadas instituciones culturales experimentase un proceso de adaptación. Así ocurrió con el cautiverio, puesto que pudo ser utilizado como un medio de resistencia. Sin embargo, aquellos grupos que más testimonios han dejado sobre el problema de los cautivos fueron las bandas apaches y las procedentes de la Comanchería. Ellos fueron los principales causantes de los asaltos a las poblaciones sedentarias a partir de mediados del siglo XVIII. De hecho, en la segunda mitad de la centuria constituyeron el principal problema defensivo de las autoridades novohispanas en el norte debido no sólo a los daños causados en las villas, haciendas, ranchos y lugares poblados de la Comandancia General de las Provincias Internas, sino también a los tratos que mantenían con abigeos y por los contactos comerciales con potencias europeas. No obstante, la política española de pacificación del nómada consiguió mantener dentro de ciertos límites la agresividad indígena, especialmente a partir de 1786, momento en el que los acuerdos alcanzados con algunos jefes comanches, basados en el suministro periódico de productos y en la distribución de regalos, lograron obtener una actitud favorable de la mayoría de las bandas asentadas al sur de las Grandes Llanuras, que poco a poco iba consolidando un poder militar y comercial que le haría conformar aquello que Pekka Hämäläinen caracteriza como imperio mercantil durante las décadas de 1830 y 1840. Por consiguiente, a medida que la inestabilidad política alcanzó a todos los territorios de Nueva España a partir de 1810, con la consecuencia del descenso en la periodicidad de los suministros, los ¿bárbaros¿ orientaron sus miras económicas hacia los productos estadounidenses, ingleses y otros procedentes de las tribus asentadas en el norte de la frontera de México. En este sentido, éste pasó a ser visto como un territorio de abastecimiento de productos demandados dentro de sus circuitos comerciales, como el ganado y los cautivos, en la misma medida que aquellos que necesitaban dejaron de llegarles desde el sur de la linde internacional. Los elementos de desestabilización ya estaban presentes en los años finales de la presencia española, así como posteriormente: el interés de algunas bandas comanches en las armas y municiones angloamericanas, la disminución de la regularidad de los suministros y de los regalos y las ambiciones de los Estados Unidos en Texas fueron los más significativos. De hecho, estarían presentes entre 1821 y 1832, aunque sólo a partir de esa segunda fecha la amenaza india se constituiría en el conflicto característico de la frontera. A partir de este año, la crisis definitiva del sistema de presidios provocó que los asaltos apaches y las invasiones comanches arreciaran, por lo que los resultados en pérdidas económicas, muertes y cautivos aumentaron cuantitativamente. Además, desde la década de 1830 aparece un nuevo extremo a considerar: las consecuencias derivadas de las depredaciones ya no fueron solamente una parte de los contactos de las poblaciones sedentarias del norte mexicano con los nómadas, sino que ahora también entraron dentro de los puntos a considerar en las relaciones internacionales entre México y Estados Unidos. Así se reflejó en el artículo 33 del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación de 1831, y, especialmente, se experimentó a partir de la guerra entre México y los texanos. Sin embargo, a partir de 1840 las nuevas alianzas intertribales en las Grandes Llanuras y los problemas internos al sur del Bravo provocaron que grandes invasiones de grupos procedentes de la Comanchería se unieran a la desestabilización provocada por las bandas apaches a unos niveles superiores a los experimentados hasta ese momento. De hecho, afirmamos que con la Gran Indiada de 1840 se dio inicio a un periodo de hostilidad nativa sobre las poblaciones sedentarias de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila Chihuahua, Sonora y otros Estados del interior mexicano; etapa que no remitió hasta la década de 1860. Detrás de la misma algunos especialistas han visto el impulso de los mandos militares y de los sectores expansionistas estadounidenses, que querían generar unas condiciones de debilidad en el norte de la República Mexicana necesarias para los afanes del Destino Manifiesto en esa región. Esta simultaneidad de conflictos se vio con más intensidad en los años de la Intervención de los Estados Unidos en México, pero habría contado con los años previos de 1840 a 1845. En los años posteriores al conflicto se mantuvo este panorama de robos y cautivos generados por los nativos, así como de agresiones por parte de grupos armados procedentes de los Estados Unidos, si bien proponemos que las fuentes no son totalmente concluyentes a la hora de atribuir la misma política de simultaneidad de conflictos. Volveremos sobre este punto al establecer la confirmación de las hipótesis planteadas. OBJETO DE ANALISIS DE LA TESIS Como hemos visto, dentro de las relaciones interétnicas de guerra y comercio el robo de ganado y la toma de cautivos constituyeron los productos más buscados por los grupos nativos. Pero estos últimos no sólo fueron un elemento de intercambio. En este sentido, ¿dónde reside la peculiaridad del cautiverio dentro de las rancherías nómadas? En primer lugar, debemos aclarar qué es un cautivo y, en especial, qué implica serlo dentro de una ranchería de indios nómadas. Respecto al significado de la palabra, ¿cautivo¿ procede del término latino captivus y alude a aquella persona aprisionada en la guerra por el enemigo. Por lo tanto, desde tiempos antiguos la relación entre guerra y cautivo ha sido muy estrecha. De hecho, en época moderna fue el término usado para denominar aquellos sujetos que fueron apresados en los enfrentamientos que la Monarquía Católica sostuvo contra sus eventuales enemigos en otras fronteras. En especial, aparece en las luchas que España tuvo contra los musulmanes en el Mediterráneo y en las Filipinas. Fue una palabra usada dentro de la guerra contra los infieles, pero, por extensión, se aplicó al Nuevo Mundo desde el siglo XVI para aludir a aquellos españoles, criollos y castas que fueron tomados prisioneros en los combates que se sostuvieron contra los indios. En principio, se usó la palabra en el contexto de la lucha contra todos los indios, pero, a medida que la construcción del Virreinato de Nueva España avanzaba hacia el norte, adquirió caracteres peculiares cuando las fuentes se refirieron al cautiverio entre los indios ¿chichimecas¿ y las ¿naciones¿ del norte. En este sentido, ¿qué era lo que hacía peculiar a esta institución dentro de las bandas apaches o comanches? Ya fuesen capturados en guerra formal o durante una incursión de pillaje, aquellos que eran llevados a los aduares de los nómadas podían integrarse en la vida de la banda si alcanzaban un elevado nivel de indianización. En todo caso, existía la posibilidad de que la víctima no retornase nunca a la vida sedentaria. Es más, si la estancia entre los nativos era prolongada y el sujeto había sido raptado siendo muy joven, era habitual que los afectados prefiriesen mantener la vida entre los indígenas. No obstante, no todas aquellas personas que iban a parar a manos de los nómadas acababan integrándose plenamente e, incluso, los mismos captores podían utilizarlas para otros fines, ya fuese para intercambiarlas por otros productos o bien para el canje de prisioneros. Como señalan algunos autores, esta institución tenía precedentes prehispánicos en diferentes áreas del continente americano. Si ello es así, ¿cuáles fueron las motivaciones de los grupos nativos? En este punto, es necesario hacer una precisión previa. No debemos incurrir en las generalizaciones. No era lo mismo ser un cautivo en los ranqueles que serlo en las rancherías lipanes o en los campamentos comanches. Evidentemente, los patrones conductuales relacionados con la toma del prisionero, la llegada a los asentamientos y el rescate, la huida o la liberación son similares, pero la peculiaridad de cada grupo no conviene soslayarse. Teniendo esto presente, puede decirse que las diferentes comunidades indias utilizaron a los varones jóvenes y a las mujeres adultas por distintas motivaciones de carácter demográfico, laboral, comercial y militar. Sin duda, esta última se hallaba presente desde el mismo momento en que las personas eran capturadas en acciones violentas que los guerreros de una banda ejecutaban sobre otra comunidad étnica. Dentro del complejo mundo de las relaciones intertribales de las Grandes Planicies y de la frontera del Bravo las expediciones de castigo o de venganza solían llevar implícita la toma de prisioneros. Pero la riqueza del fenómeno analizado se aprecia con las otras finalidades señaladas. En primer lugar, desde el punto de vista del incremento de los miembros de la banda, servía para compensar los desequilibrios producidos por la guerra o las epidemias; la captura de varones se incrementaba cuando las fuerzas indígenas necesitaban incorporar guerreros. Semejantes necesidades las vemos en las Pampas y también en los campamentos apaches de la frontera del Bravo y en las divisiones comanches al norte del mismo. No obstante, para que esto se produjese era necesario un elevado nivel de integración en la banda, algo que se veía favorecido si el sujeto había sido secuestrado a una edad temprana. En estos supuestos, era más fácil que se diese una relación análoga a la adopción entre éste y su captor. Empero era habitual que las víctimas atravesasen un periodo de adaptación previa en el que eran sometidos a tratos vejatorios y a situaciones de maltrato físico y psicológico; una situación que podía verse agravada con la violencia sexual en el caso de las mujeres. Con posterioridad, se los usaba como una fuerza laboral forzosa en el cuidado del ganado o en labores ¿domésticas¿, pero ya en este periodo el tratamiento dado por los indios era mucho mejor. En el caso de los comanches, algunos especialistas sostienen que mantenían un status cercano a la esclavitud. Cuando el cautivo demostraba haber asimilado las formas de vida de la Comanchería, en especial, una vez que comprendía y sabía hablar el idioma de la misma, estaba en disposición de subir de condición dentro de la ranchería. Sin duda, en este punto los niños, los muchachos y las mujeres que habían proporcionado hijos al grupo tribal tenían más opciones de ser adoptados o de mejorar hacia una condición ¿familiar¿ que un varón adulto. En cualquier caso, su función de fuerza laboral no desaparecía. Puede decirse que los captores indígenas establecieron una división laboral de los que agregaban forzosamente basada en la edad y el género. A los muchachos comprendidos entre los cinco y los dieciséis años los destinaban al cuidado de la caballada por regla general, pero también podían emplearlos en tareas de baja categoría, desempeñadas por las mujeres. Respecto a éstas, su aprovechamiento era mayor si cabe, puesto que las utilizaban para atender a los caballos, curtir pieles, curar carne, cocinar, transportar los enseres del campamento durante los traslados estacionales y para satisfacer las necesidades matrimoniales y sexuales de los guerreros. La insistencia de los brotes epidémicos en las zonas habitadas por las comunidades indígenas, sitas entre el norte de México, Arizona, Nuevo México y Texas, incrementó las necesidades demográficas desde finales de la década de 1840. Por ello, las bandas afectadas quisieron reponer las bajas causadas por las enfermedades mediante la toma de prisioneros. Por lo tanto, cada vez eran más necesarios los esclavos para mantener la economía interna. Pero ello no significó que la dimensión externa de éstos desapareciese. Al contrario, siguieron siendo un valor comercializable. No debemos olvidar la dualidad de modelos económicos existente en espacios controlados por los nativos. Nos referimos al sistema económico de prestigio y reciprocidad que convivía con otro cuantitativo. La posesión de ganado y de cautivos, obtenidos en las empresas guerreras lideradas por los paraibos o por guerreros destacados, seguía siendo elemento indispensable del ascendiente de estos sobre otros miembros de su comunidad, y sobre los de otros grupos étnicos. Consiguientemente, el esclavo era considerado como un elemento intercambiable por otros productos o por dinero; situación que se mantuvo durante la década de 1850. Posteriormente, cuando el gobierno federal de los Estados Unidos implantó el sistema de reservas, las bandas que continuaron realizando incursiones contra asentamientos anglotexanos mantuvieron la toma de prisioneros. Pero ya no lo hicieron dentro de una economía de prestigio, sino como mera subsistencia. Los productos obtenidos con la liberación de prisioneros complementaron los recursos que reunían gracias a los repartos de la Oficina de Asuntos Indios y a sus actividades cinegéticas y predatorias. Hasta ahora hemos visto lo que el cautiverio conllevaba para los naturales. Pero, ¿qué suponía para las víctimas? Tras el trauma de ser arrancado del seno familiar, entraban dentro de la marginalidad de los personajes de frontera. No sólo desde el momento que llegaban a las rancherías, sino también si recobraban la libertad y volvían a la vida sedentaria. Su experiencia los convertía en ¿hombres-frontera¿; ellos mismos se convertían en puestos fronterizos entre ambos mundos. Se erigían, en suma, en intermediarios, traductores; en un sentido metafórico, pero también literal. En efecto, los prisioneros que lograban la confianza de los miembros de la ranchería utilizaban su dominio lingüístico para mejorar su situación social, interviniendo en las relaciones con los sedentarios. Pero no sólo desempeñaban esta función en el ámbito de las relaciones ¿diplomáticas¿. También dentro de las rancherías tendieron un puente cultural en la medida que ellos mismos se mostraron como un crisol de prácticas culturales nómadas y sedentarias, tras adaptarse a la vida cotidiana entre los indios. Evidentemente, para que ello fuese posible el cautivo debía tener la suficiente madurez para poder transmitir conocimientos y experiencias a sus captores. Por esto, los supuestos en los que ello ocurrió tuvieron como protagonistas a las mujeres adultas. Como hemos visto, y volveremos a resaltar en los capítulos siguientes, los nómadas apresaban preferentemente a los varones jóvenes y a las mujeres sexualmente adultas. Son ellas las que transfirieron algunas costumbres propias del mundo sedentario a los nómadas, aprovechando que los contactos entre sujetos de condición esclava dentro de la misma ranchería eran cotidianos, y valiéndose de las relaciones con otros que vivían en asentamientos cercanos. Precisamente, las mujeres raptadas constituyen el ejemplo más evidente del último aspecto que queremos señalar en relación con el significado del cautiverio para las víctimas. Éste se refiere al cambio de perspectiva sobre su condición a medida que pasaban los meses y los años dentro de los campamentos nómadas. Si en un principio constituyó un acto de agresión, al arrancar a hombres, mujeres y niños de sus lugares de desenvolvimiento económico, social y familiar, el panorama se transformaba a medida que los individuos secuestrados se adaptaban a la vida entre los indios. En especial, las mujeres se veían atadas a ella por unos lazos emocionales muy fuertes si alcanzaban la madurez sexual y tenían hijos. Los casos conservados atestiguan que, si volvían a la vida ¿civilizada¿, añoraban su vida india, a la que esperaban regresar. Además, sus hijos eran considerados indígenas por los sedentarios. Supuestos como éste aparecen en las tolderías argentinas y también entre los cautivos de los comanches y de las bandas apaches. Otros casos de prisioneros indígenas que preferían mantener su vida dentro de las rancherías nos muestran que éste era un problema que afectaba a la identidad y a la nacionalidad de los individuos. Por ello, las autoridades federales y estatales observaron el fenómeno con preocupación. La presencia de estos individuos suponía un riesgo para la defensa de las poblaciones de frontera, expuestas a los ataques de los ¿salvajes¿, puesto que, con frecuencia, estos sujetos ¿ambiguos¿ proporcionaban información o servían de guías de las partidas asaltantes que atravesaban la linde internacional y se refugiaban en los espacios fronterizos interiores, amenazando a las poblaciones sedentarias. Por lo tanto, era un asunto que también atañía a la política internacional entre ambas repúblicas. Evidentemente lo atractivo de toda esta temática ha impulsado la elaboración de estudios al respecto, no sólo desde el ámbito histórico, sino también desde el antropológico. Entre los autores que lo han hecho de forma exclusiva, sobresalen James Brooks y Joaquín Rivaya-Martínez. Aunque el primero no trata exclusivamente este tema, tiene el acierto de insertarlo dentro de un contexto cultural amplio. Para él aquellos que llegaban a ser prisioneros de los ¿bárbaros¿ se erigían en protagonistas de un conflicto, pero también en agentes de una conciliación y de una redefinición cultural. Por su parte, el segundo ofrece un análisis del cautiverio dentro de las bandas asentadas en la Comanchería, centrándose en los aspectos demográficos, sociales y culturales. También hay otras obras, como la de Gregory y Susan Michno, que ofrecen una visión diacrónica de la toma de cautivos a través de un planteamiento casuístico. Por otro lado, hay obras de referencia para el conocimiento de las diferentes comunidades nativas del las Llanuras y de la frontera entre México y los Estados Unidos que también prestan una atención parcial a los prisioneros tomados por las mismas; tales son los casos de Brian DeLay, Pekka Hämäläinen, SC Gwaynne, Thomas W. Kavannagh o (Edward Adamson) Hoebel y (Ernest) Wallace. PROPUESTA DE LA TESIS DOCTORAL Teniendo presente estos antecedentes bibliográficos, podemos hacernos la siguiente cuestión: ¿qué aporta el presente estudio acerca del problema del cautiverio? Para responder de una manera clara y sintética diremos que este trabajo pretende profundizar en uno de los aspectos de la toma de cautivos: su trascendencia dentro de las relaciones fronterizas entre los Estados Unidos y México desde la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo hasta 1885, momento en el que las guerras apaches que se desarrollaron en los territorios mexicano y estadounidense comenzaron a remitir. Y para ello hemos planteado una serie de cuestiones e hipótesis, relacionadas entre sí. En primer lugar, respecto a la importancia de los asaltos indios y a la entidad de la toma de cautivos, nos preguntamos lo siguiente: ¿cuál fue el impacto de esta práctica y de la violencia de los grupos nómadas sobre las poblaciones sedentarias del norte de México a partir de 1848? Estableciendo una geografía de las incursiones nativas y de cautiverio, proponemos que esta actividad predatoria alcanzó dos etapas de gran intensidad: entre 1849 y 1854 la primera, y de 1857 a 1859 la otra. Con posterioridad la hostilidad de los nómadas remitió en el norte mexicano, si bien cobró una intensidad mayor dentro del territorio nacional estadounidense. Además, ¿estos problemas adquirieron nuevas características con el establecimiento de la línea fronteriza en el río Bravo? La nueva frontera fluvial posibilitó que las partidas de guerreros aprovechasen los problemas jurisdiccionales para salir impunes de sus delitos sobre territorio mexicano o estadounidense, obteniendo beneficios de la venta de los productos robados y personas apresadas. Sin embargo, también proponemos que hay que considerar el problema de las fronteras interiores y la movilidad de los grupos indígenas dentro de éstas, algo no contemplado en las estipulaciones del tratado de Guadalupe-Hidalgo. Precisamente, en relación con lo anterior surge otra cuestión. Así, respecto a las fronteras interiores y los espacios internos de guerra en los que operaron libremente los ¿bárbaros¿, ¿cómo se explica su facilidad de actuación? ¿Únicamente por la escasa cobertura militar? Sostenemos que no sólo se debió a esta última razón, sino también a la baja densidad demográfica de algunas zonas de la frontera noreste, como Coahuila, así como al hecho de que las áreas de desenvolvimiento político, económico y social de algunas bandas, principalmente apaches, se hallaban en esas mismas regiones fronterizas ubicadas en el interior de la línea divisoria internacional delimitada por la Comisión de Límites establecida a raíz del Tratado de 1848. En este sentido, la toma de cautivos no fue sino una manifestación del sostenimiento de sus actividades tradicionales en sus lugares de asentamiento. Por otra parte, ¿Qué medidas se arbitraron en virtud del Tratado de 1848? Las dificultades en el cumplimiento de las obligaciones recíprocas acordadas en el mismo ¿cómo fueron sentidas por las diferentes partes implicadas? En los meses posteriores al nuevo acuerdo internacional ambas partes buscaron aplicar el artículo XI. No obstante, desde el principio a ambos lados de la linde internacional se vio la dificultad de llevar a efecto las obligaciones contraídas en un marco geográfico tan vasto; sin embargo, la falta de cumplimiento se achacó a la falta de compromiso de la parte contraria. Es decir, en el presente trabajo sostenemos como hipótesis que este problema sirvió para consolidar los prejuicios existentes en la población de ambas naciones acerca de los defectos de los vecinos del norte y del sur. En concreto, ¿cuál fue la postura de los Estados Unidos? ¿La búsqueda, redención y devolución de cautivos por parte de este país incluyó cuestiones de prestigio? Sostenemos que la entrega de individuos que habían sido liberados de los aduares comanches, lipanes, mescaleros o chiricahuas no estaba desprovista de una intencionalidad política: al efectuarse desde unos fuertes fronterizos de reciente fundación, se mandaba un mensaje a la parte mexicana en el que se quería expresar que tanto el gobierno federal estadounidense como los gobiernos estatales habían sido capaces de triunfar donde los mexicanos habían ¿fracasado¿, es decir, en la persecución de los ¿salvajes¿ agresores y la recuperación de los sujetos raptados y del ganado sustraído. Además, podemos hacernos otra pregunta en relación con los intereses angloamericanos en el norte de la República Mexicana: ¿existió un interés de los sectores expansionistas del país vecino por mantener la inestabilidad en la frontera norte a través de las agresiones indígenas? Lo que nos cuestionamos es si existió una dualidad de conflictos semejante a la existente entre 1840 y 1848. A partir de 1849 los ataques periódicos de los guerreros indígenas se simultanearon con las agresiones de filibusteros, cuatreros y bandas armadas procedentes del norte de los Estados Unidos. Sin embargo, tras analizar la documentación del momento, nuestra propuesta es que, aunque el gobierno de Washington no se implicó directamente en la desestabilización del vecino del sur, la actividad de todos estos elementos hostiles a la nación mexicana le daba mayores posibilidades de obtener nuevas ventajas territoriales. Respecto a las autoridades mexicanas, la hostilidad nativa y la amenaza de los sectores expansionistas de la Unión, ¿fue eficaz la propuesta defensiva elaborada desde Ciudad de México y la organizada por los gobiernos estatales? Si tenemos en cuenta únicamente la continuidad de la toma de cautivos y de las pérdidas en bienes semovientes el cuadro al respecto es negativo. Sin embargo, nuestra hipótesis es que no es acertado mantener esta postura en cuanto que el resultado final de las medidas adoptadas entre 1849 y 1885 favoreció la conservación del territorio nacional mexicano posterior al tratado de Guadalupe-Hidalgo. Finalmente, en relación al crecimiento del abigeato y el descenso progresivo de los asaltos nómadas en Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua y Sonora a lo largo de las décadas de 1860 y 1870, surge la duda de si se vivió un cambio en los agentes de la violencia fronteriza o solamente una transformación en el interés de las fuentes utilizadas. Como conclusión, tras el análisis de la documentación utilizada, preferentemente los periódicos oficiales, afirmamos que se produjo un viraje en el interés informativo de las publicaciones periódicas norteñas paralelo al descenso de la actividad india. FUENTES En relación con las fuentes utilizadas quiero hacer unas consideraciones aclaratorias. Las fuentes para el estudio de las implicaciones políticas, diplomáticas y militares de los ataques indios y de la toma de cautivos entre 1848 y 1873 presentan una gran complejidad por su diversidad. Ésta se encuentra presente en la naturaleza del documento ante el que nos encontremos, ya se trate de interrogatorios de cautivos, de declaraciones de testigos, de la correspondencia de alcaldes de las villas y poblaciones de los Estados del noreste mexicano, de una noticia dentro de un periódico oficial, de una nota interministerial o de un informe oficial del gobierno. En cada una hay que considerar quién redacta el documento o la noticia, sobre qué o quién escribe, hasta qué punto aparece directamente reflejada la voz o el punto de vista del sujeto o los sujetos mencionados, así como los resultados que la redacción de los diferentes escritos pretendía obtener. En otras palabras, es necesario tomar en cuenta el grado de subjetividad de los mismos. Precisamente, dentro de las relaciones de frontera entre los dos países los prejuicios entre ambos gobiernos deben tomarse en consideración a la hora de manejar documentos oficiales. Por parte norteamericana, tanto en las poblaciones de frontera como en el aparato administrativo existía la idea consolidada acerca de la incapacidad del gobierno mexicano para controlar el territorio de los Estados del norte que tenían frontera con la Unión. Ello puede verse en todos los niveles de la administración, desde los comunicados de los comandantes de los puestos militares creados en el nuevo límite con México, hasta algunos informes presidenciales de las décadas de 1850 y 1860. Por su parte, los grupos políticos, los funcionarios y la población de la República Mexicana mantenían la sospecha, cuando no el convencimiento, de que los mandos militares del ¿vecino¿ del norte no estaban desplegando toda la diligencia que exigía el Tratado de Guadalupe-Hidalgo en el artículo XI. Es más, se sabía que, contraviniendo las estipulaciones de éste, ciudadanos estadounidenses comerciaban con el producto de los delitos perpetrados por los ¿bárbaros¿ en suelo mexicano; a cambio proporcionarían a éstos armas, municiones y bebidas alcohólicas, tal como habían venido efectuando desde las casas de trato antes de 1848. Para la óptica de los habitantes y de los encargados de la administración de los Estados del norte, los militares de la Unión adoptaban, con frecuencia, una actitud de ¿espectador indiferente¿ ante este comercio; si bien con frecuencia mantenían sus reservas a la hora de hacer esta acusación oficialmente, que implicaría responsabilidad por omisión, a sus colegas del otro lado del Bravo. De cualquier forma, tanto a un lado como al otro de la nueva frontera internacional existieron dificultades para la aplicación del Tratado que explicarían esta actitud de recelo, sin necesidad de recurrir a los prejuicios más profundos, que también existieron, entre ambos gobiernos. Tanto las dificultades económicas de México, como la precariedad del reciente asentamiento de las tropas de la Unión en la franja en torno al Bravo obstaculizaron una eficaz aplicación del artículo XI, pero los casos de colaboración también existieron. Ello fue posible porque, para ambos países, el ¿problema¿ indio afectaba al crecimiento y desarrollo económico-social regional. Las muertes, la toma de cautivos y el robo de caballada se produjeron no solamente en suelo mexicano, sino también en los Estados Unidos durante todo el siglo XIX, si bien es cierto que en la década de 1850 los territorios del noreste de la República Mexicana fueron los más duramente castigados. Este peligro común para las poblaciones de uno y otro lado del nuevo límite internacional generó una terminología parecida en los documentos que hemos consultado; así, por ejemplo, en ambos países se usan los términos ¿bárbaro¿ o ¿salvaje¿ para referirse a las agrupaciones indígenas causantes de las agresiones. Y también encontramos la consideración de la existencia de una contraposición entre barbarie y civilización, fenómeno similar a otras regiones de América en la segunda mitad del siglo XIX, como en el sur argentino. Sin embargo, si buscamos obtener una visión completa del cautiverio, de las invasiones, incursiones y ataques indios, así como de sus repercusiones en la defensa de los Estados del norte de México y en las relaciones que se establecieron entre éste y la Unión, es necesario considerar a aquellos que son mencionados siempre en tercera persona: los mismos ¿bárbaros¿. No obstante, las fuentes utilizadas presentan la dificultad de estar redactadas siempre desde el punto de vista de los ¿sedentarios¿. Las causas internas y externas de estos ataques, así como los beneficios que esperaban obtener de los mismos suelen aparecer de manera indirecta. Asimismo, las características del objeto de estudio pueden llegar a constituirse en un condicionante del número de las fuentes a utilizar. En efecto, teniendo en cuenta la movilidad de los grupos nómadas o seminómadas analizados, no podemos limitarnos solamente a un Estado, sino que debemos abarcar una amplia zona. Los daños que una ranchería provocaba en una zona eran ¿aprovechados¿ al otro lado del río Bravo e incluso dentro de México. Este beneficio lo conseguían tanto dentro de sus aduares como en otras localidades del norte mexicano o en las ¿casas de trato¿ que los agentes indios del gobierno estadounidense mantenían para agilizar el intercambio con las tribus. Teniendo en cuenta lo que hemos expuesto, en el presente trabajo afirmamos que las fuentes que tratan el cautiverio y las incursiones indias como elementos influyentes en la política defensiva mexicana en el norte y en las relaciones con los Estados Unidos se agrupan en dos bloques: aquellas que recogen de una forma indirecta testimonios relativos a estos fenómenos, y las que lo hacen de una manera directa. En otras palabras, la división que proponemos depende del grado de participación e implicación en los hechos descritos. No obstante, no pensamos que la diferente tipología documental que usamos encaje dentro de uno u otro grupo; ello estará en relación con las circunstancias del caso. Sea como fuere, hemos empleado los siguientes tipos de documentos: correspondencia de alcaldes de las poblaciones del noreste de México, sobre todo de los Estados de Coahuila y Nuevo León por ser los más afectados, junto a las conocidas como ¿Villas del Norte¿ en el Estado de Tamaulipas; cartas entre los responsables de las Colonias Militares de Oriente y otras autoridades de la República Mexicana de ámbito local, estatal y federal; diarios de campaña de los mandos militares del noreste; notas interministeriales entre los embajadores y enviados plenipotenciarios mexicanos en los Estados Unidos de América; comunicados entre los Departamentos de Estado y de Guerra del gobierno de la Unión; las notas de carácter diplomático remitidas entre ambos países; el Informe de la Comisión Pesquisidora de la Frontera Norte al Ejecutivo de la Unión de 1873; las noticias recogidas en los periódicos oficiales de los Estados norteños, así como las que aparecen en otros periódicos impresos en Ciudad de México entre las décadas de 1840 y 1870; los interrogatorios realizados a los cautivos de los ¿bárbaros¿ y a otras personas que habían mantenido un contacto directo con los mismos. No obstante, no hay que confundir entre el soporte y la fuente en sí misma, en cuanto que, por ejemplo, las noticias de los periódicos solían elaborarse incorporando fragmentos de cartas y notas oficiales. Como se ve, la diversidad es la nota predominante en este apartado. Diversidad, pero también dispersión. Por ello, se hizo preciso la consulta de los acervos de diferentes instituciones para poder llevar a término la presente Tesis Doctoral. En este sentido, el Archivo General del Estado de Coahuila, el Archivo General del Estado de Nuevo León y el Archivo Municipal de Saltillo ha proporcionado una cantidad considerable de información, ya sea en a través de documentación manuscrita o bien mediante las publicaciones periódicas de la segunda mitad del siglo XIX conservada en sus hemerotecas. Asimismo, también han proporcionado datos de gran interés el AGN, la Biblioteca del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, la Hemeroteca Nacional de México, la Biblioteca de la Universidad de Texas El Paso, la Nettie Lee Benson de la Universidad de Austin y la Biblioteca del Centro Cultural Vito Alessio Robles de Saltillo. CONFIRMACION DE LAS HIPOTESIS Con las fuentes recogidas hemos confirmado las hipótesis que formulamos para cada pregunta. Así, en relación con el impacto de la violencia de los grupos nómadas sobre las poblaciones sedentarias del norte de México a partir de 1848, hemos establecido una geografía de los asaltos nativos, y de los cautivos que se tomaron durante los mismos, en los Estados norteños, en especial en los de Coahuila y Nuevo León. Para ello hemos analizado los datos aportados por el Informe de la Comisión Pesquisidora. A partir de los mismos, hemos elaborado unas tablas sobre las localidades afectadas por la presencia hostil de los indios nómadas entre 1849 y 1870. Como hemos indicado a lo largo de la exposición, en los años anteriores ya se había sufrido el problema indio de una manera muy intensa. En concreto, entre 1840 y 1848 los ataques de las bandas procedentes de la Comanchería y los de las diferentes grupos apaches se habían constituido en una de las dificultades más difíciles de afrontar en la vida de los vecinos norteños. A partir de 1848 la situación se agravó con el establecimiento de una nueva frontera, complicándose aún más la persecución de los agresores. Como hemos indicado el establecimiento de una nueva linde internacional articulada por el Bravo implicó una mayor impunidad de los grupos armados que iban de uno a otro país de manera ilegal y con fines delictivos. Por otra parte, ello se vio favorecido por la situación posbélica. La carencia de recursos económicos y humanos permitió que estas bandas de adscripción étnica ambigua, aunque mayoritariamente angloamericana, siguiesen operando sobre unas tierras norteñas exhaustas desde 1840. Además, la desorganización reinante en las tierras articuladas por el río Grande contribuyó a ello y a las dificultades en cuanto al cumplimiento de las distintas estipulaciones de los acuerdos internacionales. Hay que tener en cuenta que la adquisición de los nuevos territorios había dejado a los Estados Unidos en una situación muy delicada: las fuerzas apostadas en los fuertes fronterizos que se fueron erigiendo eran insuficientes y poco apropiadas para cumplir con todo lo acordado, en especial con el artículo XI. Más bien desempeñaron una función política frente al vecino derrotado en la guerra, al demostrar que la ocupación territorial se estaba haciendo efectiva. Empero, la inseguridad siguió bien patente en la región. A pesar de los esfuerzos de ambas repúblicas por incrementar el aparato coercitivo, la defensa recayó en los menguados recursos de los particulares. La misma legislación reguló en este sentido, como podemos ver en los planes de defensa, en la normativa relativa a la Guardia Nacional o en el establecimiento de las colonias militares dentro de México. Sin embargo, la aplicación de estas medidas distó de ser contundente. Es más, a pesar de la misma, la cobertura frente a las agresiones de filibusteros e indígenas siguió descansando en los vecinos de las diferentes localidades. Esta situación fue aprovechada por las agrupaciones nómadas que operaban sobre el vasto territorio fronterizo. Aunque esta actividad hostil de robo y cautiverio tenía sus bases en sus mismas tradiciones culturales, también es cierto que, desde los años 1845 y 1846, hubo que añadir otro motivo. En efecto, las bandas comanches y otras que estaban asociadas a ellas sufrían desde aquellos años una crisis ecológica creciente, visible por la sequía y el descenso en la entidad de las manadas de bisontes. Los imperativos económicos y de subsistencia impulsaron a los nativos a incrementar la actividad predatoria sobre sus lugares tradicionales ¿de abastecimiento¿ desde la década de 1830: los Estados del norte de la República Mexicana hasta Zacatecas y Durango. Por este motivo, entre 1849 y 1859 las fuentes muestran una clara continuidad en la dinámica de ataques, asaltos y contraataques. Consiguientemente, 1848 no supuso una ruptura respecto a la etapa prebélica y, en concreto, el periodo que va de 1849 a 1854 puede considerarse como el momento álgido de la presencia de las bandas comanches y apaches en la región. Es en el estudio de estos años donde las tablas que hemos realizado sobre la geografía del cautiverio pueden proporcionar sus datos más significativos. En este sentido, de las mismas se desprende conclusiones respecto a las áreas de incursión y asentamiento de las escuadras y partidas asaltantes, así como en relación con las localidades norteñas más afectadas. Así, respecto al primer punto, Tiene que establecerse una distinción entre los indígenas procedentes de la Comanchería y aquellos que algunos especialistas han denominado ¿indios fronterizos¿, es decir, las bandas lipanes, mescaleras y chiricahuas fundamentalmente. La diferencia radica en que, aunque las zonas en las que se documentó su presencia fueron las mismas, el modo de aprovechar el espacio fue diferente. En este sentido, las bandas comanches, kiowas o naishan, al efectuar grandes desplazamientos estacionales utilizaban las regiones despobladas, como el Bolsón Mapimí, o escasamente pobladas, como el área comprendida entre el noreste coahuilense y el noroeste nuevoleonés, a modo de áreas de asentamiento y almacenamiento de ganado y cautivos. Desde las mismas operaban sobre un área amplísima que alcanzaba Zacatecas y Durango, si bien sus zonas preferentes de asalto, robo y cautiverio se hallaban en Chihuahua, en Coahuila y en las poblaciones del norte y del este de Nuevo León. Los apaches, por el contrario, se desplazaban sobre unos territorios que podían considerar también como sus lugares de asentamiento o regiones adyacentes a los mismos. Por este motivo, no necesitaban formar grandes partidas, sino que utilizaban otras tácticas tomando como base pequeñas escuadras. Usando el Bolsón de Mapimí y sus campamentos en Texas, Nuevo México, Sonora, Chihuahua y Coahuila como puntos de partida asaltaban preferentemente, poblaciones de Sonora, Chihuahua, Durango y en diferentes zonas de Coahuila. Cuando aparecen en las noticias de los periódicos o en los informes y notas de las autoridades norteñas las formaciones apaches son muy reducidas, hecho que hacía muy difícil alcanzarlos, recuperando los cautivos tomados, que tomaban en unas localidades muy vastas y escasamente pobladas. Precisamente, entrando dentro de la cuestión de los ranchos, haciendas, villas y ciudades atacadas, lo que debemos resaltar precisamente es que la baja densidad de población de la mayoría de los Estados norteños dificultaba no sólo la persecución y el castigo de los ¿bárbaros¿, sino también la recuperación de los cautivos. E incluso, cuando estos lograban volver a la vida sedentaria, mediante redención o fuga, lo hacían en puntos geográficos muy alejados de aquellos en los que fueron capturados. La despoblación provocó, además, que los puntos afectados sufriesen, con impunidad, la violencia fronteriza. Agostaderos, congregaciones poblacionales y potreros alejados de las extensas haciendas y de ranchos aislados, entraban dentro de las preferencias de comanches, lipanes o mescaleros, pero también los arrabales de localidades importantes como todas las del oriente de Nuevo León (Mina, Lampazos, Villa de García, Galeana, Vallecillo, Villaldama, Agualeguas o Salinas Victoria, por citar sólo algunas), e incluso capitales estatales como Saltillo. Desde estas zonas periféricas de las ciudades también encontramos otro tipo de contactos interétnicos no violentos, centrados en la compraventa de ganado y objetos, robados en otros estados mexicanos y en los Estados Unidos, y en el intercambio de cautivos. Es en este punto donde vemos la existencia de unos límites fronterizos que no coincidían con los establecidos en el Tratado de Guadalupe-Hidalgo. De hecho, la nueva línea establecida en éste fue obviada por unos guerreros nativos que tenían una concepción más flexible de la frontera. Es más, aprovecharon los problemas jurisdiccionales entre México y Estados Unidos para continuar sus correrías con mayores expectativas de éxito dentro de las fronteras interiores de guerra que, de facto, comenzaban más allá de las mismas poblaciones afectadas. Pero dicha situación de inseguridad y de falta de control federal que padecían ambas repúblicas en sus territorios periféricos también interesaba a los grupos de poder locales. En este sentido, en el presente estudio hemos demostrado que éstos estaban interesados en mantener estos espacios internos de ¿guerra contra los bárbaros¿. Dentro de lo que se ha dado en llamar ¿tierras fugitivas¿ podían mantener el abigeato y el contrabando amparados bajo la pantalla de las hostilidades nativas. Las fuentes, por consiguiente, deben manejarse con cuidado, en especial cuando se refieren a las sospechas generadas en el norte de México por la actitud de las autoridades civiles y militares estadounidenses en el cumplimiento del artículo XI del Tratado de 1848, donde se establecían las obligaciones recíprocas respecto al tratamiento de los nómadas y la redención de los cautivos mexicanos en poder de éstos. Los casos de colaboración existieron a ambos lados del Bravo, pero hasta 1853, momento en que el gobierno de Washington se liberó de las cláusulas de dicho artículo, el incumplimiento fue creciente, provocando una sensación de incompetencia dentro de los Estados Unidos respecto a la República Mexicana, y el mantenimiento de la creencia en la mala fe de los angloamericanos dentro de los vecinos del norte. Una idea que contaba con el apoyo de la actividad de las formaciones filibusteras que operaron en el norte con recursos económicos y humanos reunidos en la Unión. Aunque la atribución de estas empresas que contravenían el derecho internacional al gobierno federal estadounidense es difícil de demostrar, el resultado de un éxito hipotético de las mismas (obtención de nuevos territorios) sí lo podían favorecer, lo cual, sin duda, ayudó a crear una imagen peyorativa de los Estados Unidos en una parte de la población mexicana. Ante estas agresiones provenientes de la orilla norte del río Grande, ya fuesen ejecutadas por los indígenas o por grupos de filibusteros y abigeos angloamericanos o mexicanos, las autoridades de los Estados norteños y las establecidas en Ciudad de México crearon una normativa tendente a fijar los procedimientos de actuación en caso de ataque y a regular los cuerpos que se encargaban de la defensa. Como ya indicamos al delinear las preguntas y las hipótesis, para juzgar la efectividad de los planes defensivos y de las colonias militares de los años 1848 y 1849 no tenemos que fijarnos tanto en la reducción de los robos de ganado y de los cautivos tomados, sino en la efectividad de estas disposiciones en evitar nuevas pérdidas territoriales y en la consolidación de movimientos centrífugos dentro de las regiones periféricas de la República Mexicana. Estos últimos venían desarrollándose en Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, entre otras jurisdicciones estatales, desde finales de la década de 1830, coincidiendo con el comienzo de las grandes movimientos de las agrupaciones nómadas procedentes del territorio comanche. Los problemas del gobierno central y las dificultades hacendísticas originaron una incapacidad creciente para cumplir las obligaciones de cobertura de la línea fronteriza. Por lo tanto, el recurso más directo fue la autodefensa por parte de los vecinos de las localidades afectadas por la inseguridad creciente. Con el final de la guerra del 47, esta última se mantuvo constante y bajo unos parámetros similares (indios nómadas, grupos armados procedentes de Texas, Nuevo México o California, insuficiencia de recursos de las autoridades mexicanas, implicación de mexicanos en los asaltos contra poblaciones norteñas, tránsito no controlado de personas, dentro del cual se incluían los cautivos), así como las respuestas que se arbitraban en un primer momento, es decir la autodefensa. Para contrarrestar las posibles consecuencias de una afirmación de la identidad y de la peculiaridad de los habitantes de estas regiones del norte, las medidas defensivas hicieron hincapié en la colaboración entre la Guardia Nacional y el ejército federal y en la mejora de las comunicaciones entre localidades y de los medios de obtención de información. Dentro de éstos, comenzaron a valorarse las declaraciones de cautivos como una fuente directa a utilizar contra los asaltos nativos y para demostrar la colaboración de éstos con angloamericanos y grupos de mexicanos ¿desnaturalizados¿. Finalmente, debemos incidir en un último aspecto. Dicha situación de violencia e inseguridad comenzó a cambiar a finales de la década de 1850, momento en el que las relaciones de los grupos nativos con los estadounidenses entraron en una etapa de mayor conflictividad. Sin embargo, sólo a partir de 1867 las fuentes muestran una imagen diferente. Desde entonces, la colonización de nuevos espacios impulsada desde Washington enfrentó a los indígenas a una nueva realidad en la que su modo de vida nómada era incompatible. Aunque los apaches mantuvieron sus depredaciones sobre la frontera mexicana, el interés periodístico de las publicaciones periódicas de los Estados fronterizos se orientó hacia el problema del abigeato efectuado por grupos de delincuentes o gavillas formados en las localidades de Texas, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas que buscaban colmar las necesidades de la industria peletera texana. Los robos de ganado equino y la toma de cautivos continuaron produciéndose, pero su entidad progresivamente menor cedió ante los imperativos informativos del momento o bien no requirió una atención tan pormenorizada en las autoridades implicadas anteriormente en este fenómeno. CONCLUSION FINAL En definitiva, a lo largo de las páginas del presente estudio hemos cumplido con el objeto del mismo: demostrar la trascendencia de la toma de cautivos, por parte de las agrupaciones indígenas que recorrían la frontera articulada por el río Bravo, dentro de las relaciones entre los Estados Unidos y México durante el periodo que va desde la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo hasta 1885. Pero, además, las fuentes han posibilitado también que vayamos más allá en nuestro análisis. En efecto, hemos podido contextualizar la toma de cautivos dentro de la vida fronteriza en los Estados norteños. Una vida de solidaridad familiar y vecinal en la defensa frente a agresores nativos, angloamericanos e, incluso, mexicanos. Pero también, por esto último, caracterizado por la inseguridad física y económica. Utilizando tanto las declaraciones de las personas afectadas (por ejemplo, las de las mismas personas capturadas), como las informaciones de las autoridades, han podido apreciarse las relaciones interétnicas desarrolladas entre los diferentes agentes fronterizos. Algunos de estos contactos fueron violentos; otros no. Precisamente, los cautivos de los nómadas se situaron en un plano intermedio en cuanto que, si bien llegaron a su condición de prisioneros de manera forzada, su grado de indianización acabó otorgándoles un papel de mediadores entre ambos mundos.