El día de todos los santos. Naufragio y rescate en la carrera de indias, 1605orígenes, organización y desarrollo de la armada de la guarda

  1. Pajuelo Moreno, Vicente
Dirigida por:
  1. Alberto José Gullón Abao Director
  2. Francisco José Rogado Contente Domingues Codirector/a

Universidad de defensa: Universidad de Cádiz

Fecha de defensa: 06 de marzo de 2020

Tribunal:
  1. Pablo E. Pérez-Mallaína Presidente/a
  2. María del Mar Barrientos Márquez Secretaria
  3. Augusto A. Alves Salgado Vocal
Departamento:
  1. Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte

Tipo: Tesis

Teseo: 618353 DIALNET lock_openTESEO editor

Resumen

En este trabajo se analiza la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias desde 1590 hasta 1605, esto es, desde el año en el que la Corona inició las negociaciones con el Consulado de la Universidad de los Mercaderes para tratar de “fundar” dicha armada, hasta el año que estuvo comandada por Luis Fernández de Córdoba y Sotomayor, a cuya formación hemos dedicado buena parte de la tesis. Además, hemos examinado las armadas que se aprestaron entre 1521 y 1590, pues existen precedentes historiográficos de que el citado convoy se creó en alguno de los años que comprende dicho periodo. El 1 de diciembre de 1591, el presidente y los jueces oficiales de la Casa de la Contratación —en nombre del rey y por su mandato— y el prior y los cónsules del Consulado de la Universidad de los Mercaderes firmaron en Sevilla el primer asiento para la “fundación” de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias. Entre ambas partes establecieron que serían necesarios 200.000 ducados para la construcción y el apresto de los galeones que la integrarían: la mitad los daría prestados la Real Hacienda y la otra mitad se obtendría de la avería, que era, a grandes rasgos, el derecho que se cobraba sobre el valor de los géneros que se embarcaban para América y por las mercancías y los metales preciosos que desde allí llegaban a las costas gaditanas, que se empleaba para el apresto y el mantenimiento de las armadas que protegían los navíos mercantes o transportaban el tesoro indiano. A principios de 1593, la citada escuadra contaba con la tripulación y los galeones que disponía el referido asiento, aunque su primera misión no fue la que aparece reflejada en el mismo, esto es, escoltar las Flotas de Tierra Firme y Nueva España durante sus periplos trasatlánticos, sino la de dirigirse a la isla Tercera para recoger el oro y la plata que allí había dejado la armada de Luis Alfonso Flores por temor a un posible ataque. Un año después, la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias navegó en dirección al Nuevo Mundo, y a pesar de que en esa ocasión no llegó hasta Cartagena, que era el primer puerto americano en el que por orden del monarca debía detenerse, en viajes posteriores siempre lo hizo. Así pues, la armada partía desde Sanlúcar de Barrameda o Cádiz para dirigirse a Cartagena, y posteriormente navegaba hasta Portobelo para recoger el oro y la plata que había llegado hasta allí procedente del reino de Quito y del virreinato peruano respectivamente. Una vez embarcados los metales preciosos, la armada ponía rumbo nuevamente hacía Cartagena, en cuyo puerto los galeones eran reparados para afrontar el viaje con mayores garantías y se fletaban el oro, las esmeraldas, otras piedras preciosas que se obtenían en el Nuevo Reino de Granada y algunos productos necesarios para la travesía de vuelta. Durante el periodo que ha sido objeto de análisis de la organización de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias (1593-1605), los encargados del apresto y despacho de la misma fueron los oficiales de la avería (un veedor, un contador, un pagador, un proveedor, un tenedor de bastimentos y un escribano mayor) junto con un juez comisionado por el monarca para dicho efecto. De todos ellos, el veedor, el contador, el pagador y el escribano mayor se embarcaban en los galeones de la armada, para dar cuenta y razón a las personas encargadas de la administración y recaudo de la avería de todos los gastos que se hicieran durante el viaje, aunque en 1604 y 1605 entregaron las cuentas al portugués Juan Núñez Correa, que fue un hombre de negocios que durante esos dos años y los ocho primeros meses de 1606 se encargó de la administración de la avería y del apresto de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias, entre otras cuestiones. En efecto, el 26 de septiembre de 1603, el monarca y Juan Núñez Correa firmaron un asiento por el cual este último se convirtió en el administrador de la avería mediante el pago de una renta anual de 590.000 ducados durante diez años, que comenzarían a contarse desde el 1 de enero de 1604. Este último, además, quedó obligado a armar y despachar, a su costa, los galeones que integrarían la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias, aparejar las capitanas y almirantas de las Flotas de Tierra Firme y Nueva España, las naos que se dirigían a Honduras, los barcos luengos que acompañaban a los referidos convoyes y correr con los gastos de los bastimentos, pertrechos y sueldos de la tripulación. A cambio, Núñez Correa recibiría cada año 450.000 ducados de la avería, siempre y cuando cumpliese con lo anterior. De ese modo, el hombre de negocios portugués solo tendría que pagar 140.000 ducados cada año, aunque podría quedarse con el dinero que entrase en las arcas de la avería una vez pagada la renta anual de 590.000 ducados. Por otro lado, según se recoge en el capítulo veintidós del citado asiento de 1603, Juan Núñez Correa debería entregar diez galeones nuevos a la Corona a principios de 1605, para añadirlos a la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias. No obstante, este solo construyó siete y todos fueron incorporados a la Armada del Mar Océano. Por ello, la primera de las armadas referidas estuvo integrada ese año por los galeones que habían regresado a la metrópoli a finales de 1604, algunos de los cuales estaban muy viejos para regresar nuevamente al Caribe, pues llevaban navegando casi de forma ininterrumpida desde 1596. Desde mediados de enero hasta principios de abril de 1605, los galeones fueron carenados en el paraje de Horcadas, en donde se embarcaron algunos pertrechos, bastimentos y tripulantes. Posteriormente, los galeones bajaban por el Guadalquivir hasta llegar al puerto de Sanlúcar de Barrameda, en donde se fletó la artillería, el resto de los bastimentos y pertrechos necesarios para el viaje y la tripulación. Ese año, la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias estaba integrada por ocho galeones y dos pataches, en los que se embarcaron más de dos mil personas. Antes de que dicha formación se hiciera a la vela desde el citado puerto gaditano, su general, Luis Fernández de Córdoba y Sotomayor, comunicó al monarca que después de ese viaje abandonaría el puesto, tanto por sus problemas de salud como por la mala gestión en la que había derivado el asiento que la Corona firmó con Núñez Correa en 1603. Efectivamente, así fue, aunque no por las razones que le había expuesto, sino porque el galeón en el que iba embarcado, el San Roque, zozobró en aguas del Caribe cuando regresaban a la metrópoli. El 8 de junio de 1605, la armada levó anclas de Sanlúcar de Barrameda. Un mes después, la formación llegó a Guadalupe, en donde hizo aguada y se lastraron algunos galeones. El general solo se detuvo allí dos días, y dos días después se enfrentaría a una escuadra holandesa integrada por seis urcas, que regresaban a su tierra tras haber estado unos días en Araya cargando sal. Durante la refriega, el galeón San Francisco se fue a pique, al igual que dos de las urcas, pero el resultado del combate fue negativo para los intereses españoles, pues quedó demostrado que una armada de ocho galeones no pudo derrotar a un convoy que estaba integrado por buques pesados y sin apenas artillería. Tras el combate, la armada puso rumbo nuevamente a Cartagena, a excepción de uno de los galeones y un patache, que, por orden del monarca, debían dirigirse a la isla Margarita para recoger las perlas que allí se obtenían. Llegados a Cartagena, los galeones fueron reparados para poder navegar hasta Portobelo, en donde embarcaron el oro y la plata que había llegado hasta allí procedente del reino de Quito y del virreinato peruano respectivamente. El 22 de octubre de 1605 la armada regresó a Cartagena. Allí, los galeones eran carenados para realizar la travesía de vuelta y se embarcaban algunos bastimentos, pertrechos y el oro y las esmeraldas que se obtenían en el Nuevo Reino de Granada. El 1 de noviembre de 1605, Día de Todos los Santos, la Armada de la Guarda puso rumbo a La Habana, que era el único lugar en el que la citada formación se detenía obligatoriamente antes de cruzar el Atlántico, pues en el referido puerto cubano se fletaban los bastimentos necesarios para poder completar el viaje hasta la metrópoli, se reparaba el galeón o los galeones que tuviesen algún fallo técnico y, normalmente, se cargaba la plata, grana y añil que llegaba hasta allí procedente del virreinato novohispano. Al parecer, la navegación se procedió con normalidad durante algunos días, sin embargo, la noche del 6 de noviembre una fuerte tormenta desbarató por completo la formación comandada por Luis Fernández de Córdoba y Sotomayor. Así, de los siete galeones que regresaban a la metrópoli —sin contar la nao de Martín Sáez de Ubago que se añadió a su conserva—, cuatro galeones se fueron a pique en aguas del Caribe (San Roque, Santo Domingo, Nuestra Señora de Begoña y San Ambrosio). Los tres galeones que se mantuvieron a flote arribaron a puertos diferentes: los galeones San Gregorio y San Martín consiguieron llegar a Jamaica junto con la nao San Pedro, y el galeón San Cristóbal regresó a Cartagena. Durante años, la Corona buscó sin éxito los cuatro galeones que se perdieron tras la tormenta. Existen numerosas hipótesis sobre el lugar en el que reposan, pero todavía no podemos confirmar si estas son ciertas o no.