Construcciones fílmicas y condicionantes históricos de la imagen de la Bogotá contemporánea

  1. Molina Serrano, María de Czestochowa
Dirigida por:
  1. Francisco José Salvador Ventura Director/a

Universidad de defensa: Universidad de Granada

Fecha de defensa: 29 de junio de 2016

Tribunal:
  1. Leonor Pérez Gómez Presidente/a
  2. Pedro Aguayo de Hoyos Secretario/a
  3. Joao de Oliveira Mascarenhas Mateus Vocal
  4. M. Gloria Camarero Gómez Vocal
  5. Oscar Lapeña Marchena Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

La llegada de los primeros pobladores españoles a tierras colombianas fue dura, no tanto por la oposición que encontraron en la población autóctona (de escaso número) como por la complejidad en la orografía del terreno que hacía terriblemente difícil el transporte y la comunicación entre los distintos puntos del país. Esta dificultad vino a salvarse, en el siglo XIX, con el establecimiento del río Magdalena como columna vertebral de las comunicaciones de norte a sur en el país. Por esta vía llegó el primer cinematógrafo a Colombia, empezando con él la historia del Séptimo Arte en este país. Salvada la dificultad expresada, en este caso geográfica, las siguientes serán de índole económica y social. Las primeras por la falta de fondos y de un aparato legislativo sólido que apoyara la producción cinematográfica; las segundas por hechos ajenos a esta actividad pero que repercutirán sin duda alguna en los filmes. Ambos aspectos incidirán de un modo directo en el número de películas que se produzcan y, en el caso de los problemas sociales (Bogotazo, narcotráfico…), lo harán también en su temática. Desde su llegada, si bien es cierto que el cinematógrafo fue bien acogido por la población, comenzó una sólida pero inclemente andadura que llevó a los productores de cine a salvar la continuidad de las proyecciones gracias a su empeño, dado que el coste de la producción era tal que en múltiples ocasiones se vieron abocados a la ruina. Los hermanos Di Doménico fueron los pioneros en el intento de hacer del cine en Colombia una verdadera industria. Con la fundación de la SICLA (Sociedad Industrial Cinematográfica Latinoamericana) no sólo se pretendía exhibir cine internacional, sino que fue un gran impulso para el cine colombiano en tanto que antes de la proyección de cada largometraje se proyectaban unos minutos de imágenes de Bogotá que servían como gancho para el público. Asimismo, se extrae del propio nombre de la sociedad (Latinoamericana) una voluntad de internacionalización que iba más allá de las fronteras de Colombia. Y es que la llegada del cine a este país supuso un impulso para muchos aspectos de su sociedad y su economía, lo que repercutiría notablemente en el desarrollo de diversas ciudades como lo será el caso de Bogotá, su capital. Se editaron revistas, se construyeron teatros, se crearon orquestas que tocaban durante las proyecciones… Una ciudad que hasta entonces se tildaba de “pueblerina” empezaba a tararear a Verdi y a Rossini gracias al cine. Las dificultades económicas y la competencia con el cine extranjero, americano y europeo fueron los rasgos distintivos de la primera etapa del cine en Colombia, si bien fue un momento en el que se produjeron películas que nunca se olvidarán en el imaginario cinematográfico de este país. A éste le siguió un periodo en el que se impuso la producción de noticieros y documentales debido al elevado coste de la realización de largometrajes que empeoró, aún más, cuando se produjo la transición al cine sonoro. El cuantioso gasto que suponía la producción del cine sonoro y “parlante” llevó al cine en Colombia a abrir un paréntesis de inactividad que se retomará casi un quindenio después. Estos años se salvaron con la proyección de películas extranjeras, debido a que en Colombia la producción fue nula. Superado este escollo, no será ésta la única dificultad a la que tendrá que enfrentarse el cine colombiano: la destrucción de los carretes por la autocombustión de los mismos, o por los incendios provocados a raíz del Bogotazo; la llegada de la televisión; y la competencia con el cine extranjero, pusieron en serio riesgo de desaparición la producción y el legado fílmico de este país. La desaparición de algunas productoras de cine en el país andino se sucede con la aparición de otras que las reemplazan y con este devenir se abre el abanico de la temática de los largometrajes: nuevos géneros afloran a través de la dramaturgia tradicional, como el de denuncia social que se abre camino a pesar del inicial rechazo del grueso del público que lo llevarán a verse, en múltiples ocasiones, mutilado y censurado por no mostrar únicamente las bondades de un país, de una sociedad, que no está preparada para asumir su realidad. La producción cinematográfica en Colombia se abría paso a pesar de todas las dificultades y el Estado reconoció su importancia a través de sus leyes. En un inicio fue “tímida" o, incluso, desacertada la normativa que se crea en torno a esta industria, si bien es cierto que, a partir de ellas, se irá refinando todo un corpus legislativo que actualmente impulsa, de forma fehaciente y certera, la producción de cine en esta República. Desde la primera ley de cine, la Ley de 1942, hasta la última, dictada en 2012, han sido varias las leyes y decretos orientados a fomentar esta industria dado el reconocimiento de su importancia para la sociedad, bien mediante exenciones fiscales; bien mediante subvenciones y préstamos; bien mediante el fomento de la conservación preservación y divulgación del cine colombiano. Con éxito unas veces y fracaso otras, lo cierto es que la producción cinematográfica continuó hasta nuestros días en los que, gracias a un aparato legislativo que lo apoya, el cine en Colombia ya puede ser visto como una “industria”. En este contexto, el objeto de estudio de esta tesis doctoral se estableció a partir de la constatación de esta realidad histórica y de la ausencia de trabajos que estudian en profundidad cuál es la “verdadera” imagen de la capital del país y su proyección tanto dentro como fuera de sus fronteras. El cine y la historia tienen mucho en común. Ambos construyen discursos, ambos utilizan imágenes o palabras, ambos reflejan circunstancias determinadas, hechos políticos, sociales, económicos, culturales… Así sea cine de ficción, las imágenes del film estarán reflejando una realidad tangible. De este modo, las películas, que son narraciones apoyadas en imágenes, son un relato audiovisual que, como la historia, están “vivas”. A través de ellas se muestra una realidad que es susceptible de ser interpretada, es una forma de escritura histórica, basada en arquetipos y en estereotipos dependiendo de si nos remontamos a la idea primigenia de lo que vamos a mostrar o a la idea comúnmente aceptada que de ello se encuentra. Y ahí es donde profundiza mi estudio: en analizar cómo la historia de un país, y su complejidad, así como los múltiples puntos de vista que se pueden ofrecer, inciden en la imagen de una ciudad que desde la llegada del cine se ha transformado tal y como se va a ver gracias al análisis de cuatro películas que muestran la imagen de la ciudad de Bogotá y su evolución a partir de la segunda mitad del siglo XX. Una vez fue delimitado el lapso temporal en el que basar este estudio, se escogieron los filmes que se hallaban equidistantes en el tiempo, habiendo un quindenio entre la producción de cada uno de ellos. Se encuentra, de este modo, un intervalo común que permite un acercamiento a los elementos sobre los que se levanta su imagen. Se verá cómo la utilización de los diferentes condicionantes históricos y de los puntos de vista múltiples, van a construir una ciudad de Bogotá que se muestra de diverso modo aún siendo la misma en Rapsodia en Bogotá -1963, J.M. Arzuaga-; Agarrando pueblo -1978, L. Ospina y C. Mayolo-; La estrategia del caracol -1993, Sergio Cabrera; y Satanás -2007, A. Baiz-. La historia de Colombia cambia con la llegada del cinematógrafo, especialmente los aspectos social y económico de esta nación. La ciudad de Bogotá, en su papel de capital, será una de las que más reflejen este hecho. Y así queda expuesto con el análisis de las cuatro películas mencionadas anteriormente que circunscriben un periodo de sesenta años entre la primera y la última, habiendo un quindenio entre cada una de ellas; espacio de tiempo suficiente para hacer posible la percepción de los múltiples cambios que paulatinamente se van produciendo en la ciudad. Bogotá es un personaje más de los filmes, es una protagonista silente que nos revela sus entresijos en cada uno de los fotogramas que componen la historia en el metraje como las notas musicales se unen en las partituras para dar lugar a las melodías. En menos de un siglo, esta urbe pasó de ser una ciudad más de Iberoamérica a posicionarse como una de las capitales económicas y culturales más importantes del continente. Una ciudad con un sabor especial, con una importancia cultural que se remonta a la colonia, combinada con el brillo que le aportan las construcciones arquitectónicas más contemporáneas como las localizadas en el Centro Internacional. Pero no todo es bonanza. Intrínseca a su expansión se produjo una afluencia masiva de población que, en muchas ocasiones, malvive en barrios industriales y busca incesantemente su lugar, incluso hasta nuestros días. Personas que huyen de su lugar de origen llamados por una modernidad que finalmente los engulle. Esta doble vertiente de la expansión de Bogotá queda reflejada a través del cine, con múltiples puntos de vista, con múltiples interpretaciones, de las que hemos analizado y estudiado en detalle cuatro, que colaboran en la realización de un imaginario que, en ocasiones, ha sido denostado. Con este preámbulo, el título de esta tesis recoge la intención de mostrar la imagen de la ciudad de Bogotá en el cine colombiano a lo largo de los últimos años: Construcciones fílmicas y condicionantes históricos de la imagen de la Bogotá contemporánea. Con ella se pretende cubrir un vacío importante en los estudios de la imagen de las ciudades a través del cine y arrojar un poco de luz a una ciudad que no siempre ha sido bien tratada por aquellos que la interpretaban, dentro y fuera de sus fronteras. En el primer capítulo se comienza por hacer una breve síntesis de la historia del cine en Colombia, que se remonta a la propia llegada del cinematógrafo para repasar el contexto histórico como aconseja la corrección metodológica. Este hecho, lejos de ser algo aislado y puntual en la historia del país, es un hito que incide en la vida de una nación hasta el punto de ser uno de los elementos clave en su modernización. Este estudio previo se ha hecho prestando especial mención y detalle de aquellas películas en las que Bogotá se muestra con un papel mas destacado. Al hacer este conciso repaso observamos cómo en la historia del cine en Colombia se hizo indispensable el apoyo de un armazón legislativo para proteger la producción cinematográfica. Pero, si bien es cierto que el objetivo principal de esta legislación debe ser el impulso de la realización de cine nacional, los vericuetos de la ley llevan, en algunas ocasiones, a analizar una cuestión que de ser artística pasa a ser económica. De este modo, la voluntad de hacer cine como una creación con fundamento artístico cuya necesaria rentabilidad está más que justificada para la propia producción, se pasa a hacer un negocio cuya calidad estética es innecesaria, puesto que se convierte en una transacción con el lucro como único interés. Quien hace la ley, hace la trampa. Así se analizará qué leyes ha habido y cómo han influido en la producción de cine en Colombia y en la creación de una industria cinematográfica como tal. Se incidirá puntualmente en las Leyes de Cine de 1942, 1990, 1997, 2003 y 2012, haciendo especial mención al Decreto 1924 de 1978 por el que se aprueba la creación de la Compañía de Fomento Cinematográfico (FOCINE), ya que ésta, y más concretamente su liquidación, tiene un papel de especial relevancia en la vida de uno de los filmes que conforman el cuerpo de este estudio: La estrategia del caracol. Una vez quedó delimitado el contexto histórico sobre el que se asienta el cine colombiano desde sus orígenes, se procedió al examen de cuatro películas siguiendo un orden estrictamente cronológico. Cabe matizar en este punto que el hecho de que entre cada uno de los filmes que se han analizado hay un espacio temporal correspondiente a quince años no ha sido un elemento azaroso, sino que fue uno de los fundamentos a tener en cuenta a la hora de escoger las películas. Poder ver la transformación en la evolución de la imagen de una ciudad con lapsos temporales idénticos aporta un rigor que sobrepasa lo subjetivo de la estética para adentrarse en la exactitud de una ciencia con progresión aritmética. El análisis de los filmes se ha seguido el siguiente esquema: - Ficha técnica - Biografía del director - Otros - Reseña - Localizaciones - Comentario - Conclusiones En la “Ficha técnica” se recoge el título original de la película, el título en español (de no ser el mismo), el director, el país, la duración del metraje, si es a color o en blanco y negro, guionistas, fecha de estreno y localizaciones. A continuación, se incluye un cuadro con el reparto y otro con el equipo técnico (productores, música, sonido, montaje, director de fotografía, director de arte…). Todo ello coronado por una imagen del cartel de cine de cada uno de los filmes. En el caso del ítem “Localizaciones” en la ficha técnica sólo se hace mención de las ciudades en que fueron rodadas las películas, no de los lugares concretos. Esos datos se analizan en otro apartado posterior del análisis de cada uno de los filmes. En este caso, se ha tenido a bien incluirlo en la ficha debido a que, aunque todas escogen la capital andina como escenario para su desarrollo, en el caso de Agarrando pueblo ésta no es la única y comparte protagonismo con otra importante urbe colombiana, la ciudad de Cali. Del mismo modo ocurre con el apartado “Color”. A pesar que todas las películas son más o menos recientes y, en cualquier caso, realizadas en la era del cine a color, en Agarrando pueblo se utiliza metraje a blanco y negro como recurso estético. En el caso de “Reparto”, en Rapsodia en Bogotá es inexistente debido a que la película está planteada con un montaje documental en el que la mayor parte de los figurantes son personajes de la realidad y no actores, salvo en aquellos planos consistentes en puestas en escena específicas donde se requiere la participación de figurantes para desarrollar acciones que fueron rodadas en estudio pero cuya identidad no es relevante. En Agarrando pueblo ocurre algo similar, puesto que es un falso documental, por lo que el reparto, aunque en ésta sí lo hay, es muy conciso. A continuación se incluye un sucinto repaso por la “Biografía del director o los directores”. Conocer la trayectoria personal de los directores de cada uno de los filmes es fundamental a la hora de ahondar en el análisis de las películas que han dirigido; las vivencias personales se van a reflejar en los filmes aún de forma inconsciente. En el apartado nominado como “Otros” se exponen datos de interés sobre los filmes no recogidos en secciones anteriores como, por ejemplo, las nominaciones o premios conseguidos en participación en Festivales, en caso de haberlos; el estado de conservación de los metrajes y otras circunstancias dignas de mención y relevancia para este estudio. A continuación, se incluye una reseña en la que se expone el argumento del film de una forma resumida. A pesar de que todo lo dicho en ese apartado se ve posteriormente in profundis, se hace fundamental exponer el argumento de las películas de forma clara, concisa y crítica, enfocada hacia aquellos aspectos en los que se ahondará en el estudio y que ofrezca una visión de conjunto imprescindible para aquellos que se dispongan a leer este trabajo aún sin haber visto previamente las películas. Llegados a este punto se vio claramente necesario incluir un estudio de las “Localizaciones” en el que se sitúan con exactitud las calles, edificios o lugares que aparecen en los filmes y que son relevantes tanto para la historia de la ciudad como para el desarrollo de la película. Esta sección se considera de vital importancia dado que la ciudad de Bogotá es una parte medular de las cuatro películas, es un personaje silente que habla a través de sus calles, de sus edificios, de la imagen que cada film dé de ella. Desde Rapsodia en Bogotá hasta Satanás ha pasado algo más de medio siglo. Cada fotograma en que se muestra la ciudad es un retrato vivo de ésta, que no es sólo arquitectura sino una articulación compleja en la que los habitantes y su modo de vida se fusionan con un escenario que nos cautiva y que merece toda nuestra atención. Para el espectador es esa imagen externa de Bogotá la que le lleva a configurarse una idea de la ciudad. Si bien es cierto que son varias las edificaciones y calles que se repiten en las películas, su análisis se lleva a cabo bien en la que destacan más esas construcciones, bien en la película más antigua, cuyo análisis, como ya hemos dicho, se ha hecho siguiendo un criterio cronológico. Concluidos los apartados anteriores, el siguiente punto es un comentario de la película, que no lleva por título “comentario” sino que está titulado acorde con el trazo argumental de la película. “Ensamblando una canción”, “Documentando un documental”, “Análisis de una estrategia” y “Luces y sombras” son los títulos escogidos para un texto que se encarga de analizar el film como tal. Una sección en la que la película se desgrana hasta extraer y resaltar todo detalle que a ojos de cualquier espectador pasarían inadvertidos, pero que en este estudió se descomponen hasta extraer su último sentido. Realizado ya el grueso de este estudio en cada film, he finalizado el mismo con una última sección que, al igual que la anterior, ha sido renombrada de acuerdo con cada película, en la que he incidido especialmente en la presencia de Bogotá en los filmes, en la visión que cada uno ofrece de ella y en cuál es su importancia dentro de los mismos. “De Berlín a Bogotá en un día”, “Verdadero o falso”, “La injusticia de la justicia” y “Un ángel caído en Bogotá” son los títulos escogidos para estas líneas de cierre. La capital de Colombia se presenta de diferente modo en cada película, jugando un papel distinto en cada una de ellas pero presentándose siempre como un ente imponente que no puede pasar desapercibido. Una vez finalizado el análisis exhaustivo de los filmes, en “Consideraciones finales” se hace una recapitulación de lo expuesto con anterioridad y se expone, de forma íntegra, la consecución de los objetivos planteados al comienzo de este estudio. Vemos cómo la ciudad de Bogotá se ha transformado desde la llegada del cinematógrafo al país del que es capital y cómo se articula su relación con un arte que la lleva a ser mucho más que un mero escenario donde filmar, a convertirse en un personaje más que actúa de forma activa como protagonista en cada uno de los metrajes que en ella han lugar. Veintitrés minutos a golpe de Rhapsody in blue le bastaron a Arzuaga para componer su Rapsodia en Bogotá. Una sinfonía arquitectónica en la que, a excepción de la breve locución que introduce el film, Bogotá es la protagonista indiscutible. De un amanecer a otro, la vida de una metrópoli en crecimiento que se muestra con el vértigo propio de la modernidad. Una capital que no renuncia a su historia, aunque no todas las páginas de ésta hayan sido escritas con júbilo. Una ciudad que muestra su grandeza, su poder, pero también la tristeza o la humildad de algunos de los que por ella caminan. Un ente entre cuya niebla se abre paso el verdadero ser de la ciudad, sus moradores. Bogotá en un momento en el que se prepara para la grandeza, en un tiempo en el que deja de ser una ciudad más para devenir en una de las más importantes metrópolis de Iberoamérica. Nuevas obras de ingeniería, de arquitectura, infraestructuras… imbricadas en la ciudad con una visión urbanística moderna importada de Europa de la mano de Brunner y Le Corbusier. El Viejo Mundo y el Nuevo se fusionan, de este modo, con la presencia de los ya citados arquitectos, del italiano Bruno Violi, del alemán Leopoldo Rother, del español Alfredo Rodríguez Orgaz y, cómo no, del propio director de la película, que compartía nacionalidad con este último. Incluso esta Rapsodia emparentaba directamente con una Sinfonía de Berlín. Dos mundos, dos historias, dos conceptos que se fusionan en uno como lo hacen los mismos polos de la ciudad que nos muestra su lado hosco, su cara amable; el centro histórico, las construcciones más contemporáneas; las zonas verdes, los mares de asfalto; las modernas áreas comerciales, las plazas de mercado; las “zorras”, el ferrocarril; la artesanía, las industrias; y así un largo etcétera de elementos que se contraponen pero se complementan y que configuran, en definitiva, una ciudad que no renuncia a sus orígenes, que no esconde sus problemas pero que no se circunscribe a ellos y mira por ampliar sus horizontes. Desafortunadamente esa visión de Bogotá como un ente complejo en el que se combinan aspectos positivos y negativos, no será la predominante en los cortometrajes llevados a cabo por esas fechas. El camino al que derivaron los cortometrajes de estos años, inducidos por el “sobreprecio” fue una senda llena de miseria que, incluso, viajó más allá de las fronteras del país andino. Fue tal la degeneración de la visión ofrecida de una realidad deformada que un grupo de amigos, cineastas, desde la ciudad de Cali reaccionaron contra esto a lo que denominaron “pornomiseria”. El llamado “Grupo de Cali” estaba integrado por actores, directores, guionistas y demás figuras del cine que se formaron mediante la obra de Luis Ospina y Carlos Mayolo, del Cine Club de Cali de Andrés Caicedo y de las revistas Ojo al cine y Caligari. Movidos por su pasión hacia el cine, su país y Cali, realizaron (y aún en nuestros días siguen en ello), una obra que pone de manifiesto su descontento y malestar hacia la deformación moral que había llevado a una sociedad y con ella a un gran número de “directores” a comerciar con las miserias humanas. Los problemas de una sociedad que se mantenía convulsa desde la Guerra de los Mil Días iban a ser deformados y convertidos en “carnaza” para un público que no vería más allá, sino que acabaría asimilando esa muestra degenerada de la realidad como cierta y lo que es peor, que se estaba convirtiendo en lo que Mayolo denomina un “espectáculo más, donde el espectador podía lavar su mala conciencia, conmoverse y tranquilizarse”. Ya no se trataba de un cine corrupto, se estaba convirtiendo en la degeneración de toda una sociedad. En clave de “falso documental” Agarrando pueblo documenta la realidad de una falsedad que era tomada como cierta en el extranjero y, lo que es aún peor, en el propio país. Es una reacción a la producción masiva de documentales que, abusando de la supuesta veracidad que lleva implícita ese género, inducían al espectador a error y a sí mismos a la más absoluta inanidad moral. Cuando el ánimo de la denuncia no es mejorar sino lucrarse, deja de ser denuncia para convertirse en mercadeo. Así Agarrando pueblo sacude al espectador para abrirle los ojos y hacerle consciente de la explotación a la que ese material audiovisual, mal llamado “cine”, llevaba al individuo a perder su condición espiritual hasta dejarlo reducido a la materia, a desnaturalizarse hasta verse alejado de su propia condición y convertido en objeto. Esta obra desmonta la visión miserable que rentabilizaban en el extranjero de un país, de una sociedad, que si bien presenta pobreza en múltiples estadios, no se ve desprovista de algo mucho más importante: su dignidad. La dignidad, una cualidad que parte del respeto que uno ha de tener por sí mismo y del que merece por parte de los demás. Un valor que lleva implícitas la honorabilidad y libertad del ser. Un derecho que es inherente al ser humano y que, ni aún en situaciones de esclavitud, puede ser borrada del espíritu de la persona porque es innata e indeleble. Puede verse mancillada, ultrajada, pero, como intangible, puede ser protegida en tanto no se pierda la noción de que se tiene. Decía Cicerón “Iustitia est habitus animi, communi utilitate conservata, suam quique tribuens dignitatem”. Este reconocimiento de la dignidad, esta justicia es la que reclaman Ospina y Mayolo en Agarrando pueblo y Sergio Cabrera en La estrategia del caracol, justicia para el cine, justicia para la ciudad y sus habitantes, justicia para un país. En el centro de Bogotá, en el barrio de la Candelaria, los vecinos de una casa de inquilinato van a ser desalojados. Ya han sido testigos del proceder de la “justicia” que ha echado a sus vecinos a punta de bala y dejando atrás una víctima mortal. Un suceso que pasó ayer, que está pasando hoy y que seguirá ocurriendo mañana: la indefensión del pobre frente al rico. El primer guión, escrito por Cabrera y Jimeno fue el punto de partida sobre el que se asienta el definitivo, obra de Humberto Dorado. La estrategia del caracol es una obra de arte cuya historia se extiende a todo el mundo, a todos lo países, a todos los tiempos. Es una obra maestra que si bien es universal, no renuncia a ser narrada en clave “colombiana”. Es una conjunción perfecta entre un suceso global contado con matices exclusivos de la cultura del país iberoamericano: la pillería, los giros del lenguaje, personajes como el culebrero, las “zorras”… Una amalgama impecable que resulta en un film sin parangón en la historia del cine colombiano y, por qué no decirlo, en la historia del cine, a secas. Los habitantes de la Casa Uribe intentan, con la Ley en la mano, que no los desalojen de la que ha sido su casa por más de cincuenta años. Pero los entresijos del poder favorecerán al dueño del inmueble que quiere recuperar la propiedad con malas artes. Los habitantes, conscientes de su desventaja, deciden idear un plan, una estrategia: si ellos se van, la casa también. Su hogar se va con ellos, porque es parte de ellos, porque en esas paredes está su vida y porque con ellas se llevan mucho más que simple ladrillo, se llevan su dignidad. La película se estrenó a pesar de FOCINE, cuyo papel, como se dice popularmente en Colombia, “pesó más que una traición”. El empeño de Sergio Cabrera y de su equipo fue el responsable de que la película viera la luz. Pero el mérito de La estrategia… va más allá. Es la prueba viva de que Bogotá es una ciudad hermosa, ajena a los conflictos que se vienen a la mente de muchos cuando oyen su nombre. Eran fechas de narcotráfico en Colombia, de sicariato, el mismo año en que Pablo Escobar desaparecía para dejar paso a un nuevo capítulo de la historia de Colombia. Rodada íntegramente en el Distrito Capital, no hay disparos, no hay artillería, no hay una sensación de seguridad o inseguridad diferente a la que pueda advertirse en cualquier ciudad. La percepción que la alteridad tenía (y en muchas ocasiones aún conserva) de esta ciudad era la de un lugar en constante conflicto en la que no se podía vivir, en la que ni siquiera era seguro filmar. Cuántas son las películas rodadas en estos años que eligen otros países para recrear espacios colombianos por temor a sufrir algún tipo de violencia. Pues esta película es la prueba viva de que Bogotá era, y es, una urbe llena de ingredientes dispuestos a seducir a todo aquel que quiera conocerla. La estrategia del caracol se inspiró en el desalojo de un inmueble cuya noticia salió en prensa. En otro suceso también real está inspirada Satanás: Campo Elías Delgado asesinó a una treintena de personas en la capital colombiana que aún se estremece cuando recuerda aquel 5 de diciembre de 1986. Este dramático hecho es el hilo conductor de una trama que desenmascara las pasiones humanas, los bajos instintos, que nos lleva a una profunda reflexión acerca del bien y del mal. Esto es lo que hace de Satanás una película universal. La dualidad del ser no se circunscribe a las fronteras del país en que se filmó, es algo inherente y común a todo el genero humano. La “masacre del Pozzetto”, como se conoce este hecho en Colombia por ser el nombre del restaurante donde tuvieron lugar la mayor parte de los asesinatos, podría haber pasado en cualquier otro lugar, en cualquier otra cultura y cualquier otro tiempo. No está ambientada en los años ochenta porque no es necesario, porque no aportaría nada al argumento, porque lo que ocurrió fue hace treinta años como podía haber sido ayer, como podría ser mañana. Otros dos personajes acompañan a Eliseo (personaje que encarna a Campo Elías) en esa pugna interior: la inocente Paola y el Padre Ernesto que acabarán desdibujados en Claudia y Ernesto, a secas. Dos sujetos que, sin pretenderlo, acaban inmersos en esa lucha entre el bien y el mal en su propio ser. El Distrito Capital es el escenario por el que se conducen unos personajes cuya identidad se dibuja plano a plano. Está con ellos, va con ellos, los acompaña por ese recorrido interno que los llevará al fatal desenlace. Es un personaje más que se mantiene discreto pero que nos muestra todo su potencial. Desde el centro histórico hasta las zonas más contemporáneas de la ciudad, el mercado de Paloquemao, barrios obreros, bares modernos, los barrios de La Perseverancia y Los Mártires que parecen renombrados ex profeso para esta historia… Un escenario en apariencia sin importancia pero que es en realidad un protagonista que nos habla a través de sus imágenes, de instantáneas que se articulan en la mente del espectador desvelando los entresijos de la idiosincrasia colombiana. Bacatá, Santafé de Bogotá, Bogotá Distrito Capital o, simplemente, Bogotá. Cuatro formas de remitirse a una ciudad que se alza imponente bajo la mirada atenta de los Cerros que la protegen. Un enclave desconocido para unos, denostado por otros, pero amado por muchos que, incluso desde la lejanía, la sentimos como parte de nosotros. Una ciudad que está viva y que lucha cada día por reivindicar su lugar en un imaginario que no siempre ha sido justo con ella pero que, en ningún caso, en ningún momento, ha perdido su dignidad, porque no es sólo suya, es de todos los que viven en ella. Como dice el “Perro” Romero “la dignidad es una cuestión intrínseca al ser humano, se tienen o no se tiene, pero no se aprende, por eso no tiene que recordarlo, simplemente está presente”.