Eugenio Hermoso, un utópico en Madrid
- Vargas Nogales, Rodrigo
- Mercedes Espiau-Eizaguirre Director/a
Universidad de defensa: Universidad de Sevilla
Fecha de defensa: 13 de enero de 2017
- María del Mar Lozano Bartolozzi Presidente/a
- Luis F. Martínez-Montiel Secretario/a
- José Ramón Barros Caneda Vocal
- Manuel Parralo Dorado Vocal
- Juan Fernández Lacomba Vocal
Tipo: Tesis
Resumen
A la hora de estudiar la obra de Eugenio Hermoso hay una deuda personal pendiente con el artista, puesto que al ser natural del mismo pueblo y sus pinturas formar parte de mis recuerdos desde la época infantil, puede decirse que fueron mi primer contacto con el arte. Resultó estimulante enfrentarse a una labor de investigación sobre la ingente producción pictórica de Hermoso por lo poco estudiada que está, ya que aunque hay obras que sí han sido abordadas desde una perspectiva técnica e iconográfica, seguía sin haber un estudio que abordase la trayectoria de manera global. Hermoso es uno de esos artistas que en ocasiones resultan incómodos por su vinculación con las estructuras culturales del período posterior a la Guerra Civil, pero esta relación no es tan simple y merece la pena un estudio pormenorizado de las distintas etapas políticas en las que se desarrolló su producción pictórica para hacer una contextualización de su obra sin caer en juicios simplistas ni sectarismos. Creemos contribuir así en la medida de nuestras posibilidades a la conformación de una visión global del arte español producido en España del siglo XX que a día de hoy aún está incompleta o que ha sido tratada con demasiados prejuicios políticos por la proximidad temporal. Para intentar entender la gestación de la personalidad artística de Eugenio Hermoso hemos comenzado nuestro trabajo analizando de qué manera influyó en el niño de familia de campesinos la educación recibida en el entorno doméstico y en la escuela. En qué modo se reflejan en sus temas y su iconografía las vivencias de estos años de niñez y sus experiencias mientras trabajó en el campo para contribuir a la economía familiar. En un repaso por sus años de juventud no podía faltar un análisis de la época en que vivió en Sevilla. Fue su primer contacto con la sociedad urbana, pero sobre todo la primera vez que recibió una enseñanza reglada orientada al campo artístico. Ahí conoció a alguien que sería muy importante en su vida, José Jiménez Aranda. Éste al ver que Hermoso podía seguir evolucionando en su aprendizaje y que quedarse en Sevilla suponía un freno para él, le animó a marcharse a Madrid a la Escuela Especial de Pintura y Escultura. La enseñanza académica recibida por Hermoso en estas dos instituciones marcará profundamente su personalidad artística, y siempre tendrá una visión bastante conservadora y academicista de lo que debía ser el arte y las estructuras que debían regir el panorama artístico. Los trabajos de copia en el Museo del Prado, como los anteriormente realizados en el Museo de Sevilla supusieron, para el artista en formación que era, la asimilación de iconografías y técnicas aprendidas directamente de la contemplación de los grandes maestros de la pintura española como Velázquez, Goya, El Greco, Murillo o Francisco Pacheco. Este aprendizaje se producirá al mismo tiempo que el descubrimiento de la vida cultural de una gran ciudad como Madrid. A pesar de no ser esta una gran capital cultural en los albores del siglo XX, sí que contaba con instituciones como el Ateneo o el Círculo de Bellas Artes. En estas dos concretamente Hermoso completaba su formación con clases complementarias a la de la Escuela, con el uso de los fondos de sus bibliotecas o escuchando las tertulias que se formaban en sus salones. En los cafés de la ciudad asistió en ocasiones a otras protagonizadas por los principales actores de la cultura española del momento como Valle Inclán. Un segundo gran bloque del trabajo lo compone el estudio de lo que llamamos La Carrera Oficial. Denominamos así a la trayectoria que seguían los artistas que acudían a las convocatorias de exposiciones y concursos oficiales en pos de las distintas condecoraciones que ordenaban el escalafón artístico. Hermoso comenzó a acudir a las Exposiciones Nacionales en 1904 y hasta 1947 no consiguió la Medalla de Honor, máximo galardón concedido por las instituciones artísticas. Durante esos cuarenta y tres años, los resultados que obtuvo en las distintas convocatorias a las que acudió fueron dispares. En los primeros años tuvo una buena acogida, hasta que en 1906 consiguió uno de sus mayores logros con la obra titulada La Juma. Los años posteriores fueron algo más discretos hasta que a principios de la segunda década de siglo llegaron las primeras malas críticas. Remontó esta situación buscando la esencia frexnense, aquello que resultaba más exótico en la capital, y en la mitad de la década de los veinte con una apuesta por el desnudo. Los años posteriores vendrán acompañados de las turbulencias políticas que afectaron inevitablemente al desarrollo de estos certámenes, en los que el grado de politización de los jurados aumentó progresivamente, primero en los años de la República y después durante la posguerra. La producción pictórica de Hermoso, enmarcada dentro de la órbita conservadora tuvo poca aceptación en las convocatorias republicanas, hasta el punto de que en alguna ni llegó a participar. Tras la guerra la evolución de la política cultural no fue la que él esperaba. Acomodó su obra a los gustos del momento mostrando interés por temas religiosos en los años de plomo de la posguerra y en la década de los cuarenta le concedieron el galardón de la Medalla de Honor. Este era el máximo del escalafón, pero las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes ya eran un formato en decadencia que no medía el pulso de la producción pictórica del país. Había un paulatino desinterés de los estamentos oficiales por el arte más próximo al academicismo y un interés creciente por acercarse a las vanguardias en una maniobra de maquillaje político orquestada para mejorar la imagen del país en el exterior. Podemos hablar así de que fue un triunfo algo amargo, puesto que a pesar de lograr lo que tantos años llevaba ansiando, fuera de los círculos artísticos académicos la pintura de Hermoso no gozaba ya del favor de la crítica especializada. En un último capítulo desarrollamos dos conceptos entre los que pensamos que se mueve la parte más personal de su producción pictórica: utopía y distopía. Dentro del apartado denominado utopía analizamos las evidentes influencias de las ideas utópicas y los movimientos sociales de los siglos anteriores en los cuadros de Hermoso. Vemos cómo la visión del artista acerca de determinados temas importantísimos en la configuración de estas teorías (el territorio, la importancia del campo y la naturaleza, el retorno a la pureza, la arquitectura utópica, el interés por la historia y las tradiciones o la religión) recoge numerosas similitudes con los planteamientos de algunos de los pensadores más importantes de los siglos precedentes, como Fourier, Sant Simon o Marx. El territorio en el que Hermoso circunscribe su utopía es su pueblo y el campo que lo rodea. Un territorio especial para él por muchos motivos. Un paisaje que conoce por haberlo vivido y haberlo trabajado en sus primeros años de vida, pero mágico por ser la confluencia entre el sur de Extremadura (duro y seco), el norte de Andalucía (una influencia más amable que invita a mirar hacia Sevilla) y la proximidad con Portugal (con un aire nostálgico propio de la “saudade” del país vecino. El campo será elegido por Hermoso como el escenario más habitual de sus cuadros. Un lugar idílico en el que debe desarrollarse la vida del hombre, en armonía con la naturaleza y lejos de la deshumanización de la vida urbana. Esta idea también aparece en numerosas teorías utópicas. Las arquitecturas que aparecen en las obras de Hermoso, pese a no ser muy abundantes, responden siempre al mismo patrón. Son escenarios construidos frecuentemente para sus cuadros, ya que no existen en la realidad, pero formados a partir de edificios existentes mezclados según las necesidades del pintor. Habitualmente son calles, casas o plazas de Fregenal, cortijos o casas de campo de los alrededores del pueblo. Utiliza así la arquitectura para remitirnos nuevamente al territorio mágico para él, que con las transformaciones y las modificaciones que realiza se convierte en una especie de meta paisaje al servicio del artista. En toda teoría utópica aparece un deseo de vuelta a la pureza. Se interpreta el tiempo presente como una época decadente, y se plantea la búsqueda de un cierto estado de candidez bucólica que existió en un momento anterior. Las utopías nacen como reacción a las sociedades y a sus planteamientos, y Hermoso reacciona contra el mundo urbano fundamentalmente y contra las ideas de vanguardia que suponen la perversión total del esquema de valores que había regido tanto la vida de las personas como el campo artístico. El artista encuentra en sus campesinos frexnenses la humildad y la bondad que la sociedad de su tiempo estaba arrinconando poco a poco con el frenético modo de vida urbano del siglo XX. Encuentra en el territorio que rodea Fregenal el escenario perfecto para recrear una especie de Arcadia en la que no avanza el tiempo, todo permanece igual, ajeno a los avatares de la época tan turbulenta que le tocó vivir. La historia y las tradiciones también tienen una importancia capital en el discurso pictórico de Hermoso. Como artista formado en la Academia, el mundo clásico fue una referencia constante. Pero las tradiciones, tan habituales en el mundo rural, también tuvieron hueco en sus pinturas. Así encontraremos referencias a la mitología clásica o a los orígenes romanos de Fregenal de la Sierra, pero encontraremos a personajes de leyendas como María y Miguel. En su obra hay una simbiosis entre la gran historia de la civilización grecorromana y una historia más íntima, transmitida generalmente de manera oral. La primera era consecuencia de su formación académica, la segunda de sus vivencias personales en el pueblo. La religión ocupa un espacio importante en la obra de Hermoso. Pero la visión que tenía de esta está próxima a una religiosidad popular que utiliza de manera transversal en algunas obras entremezclada con conceptos de justicia social. No le preocupa el ritual religioso ni la jerarquía eclesiástica, y sus santos y vírgenes son gente de su pueblo, modelos habituales que humanizan la iconografía hasta el punto en que es difícil adivinar la temática sin conocer el título. Como último bloque que tocamos dentro del apartado dedicado a la utopía hermosiana tenemos uno dedicado a la mujer, a cómo el artista la representa y a las connotaciones que podemos extraer del análisis de estas piezas. Su visión es la propia de un artista de profundas ideas conservadoras, y viendo los numerosísimos ejemplos de retratos femeninos (son la gran mayoría de su producción), adivinamos de dónde viene esa visión y cómo entronca en una corriente con gran presencia en la sociedad de la primera mitad del siglo XX. Igualmente analizamos cómo el ambiente social y político influyó en sus representaciones femeninas posteriores a la guerra civil. El hecho de que dentro de la ingente producción de Hermoso haya una mayoría abrumadora de personajes femeninos tiene una relación directa con el protagonismo que tienen en su vida tres mujeres que le dejarán marcado: su madre en los años de infancia y juventud, su esposa en la mitad de su vida y por último su hija con la que vivió hasta el final de sus días. La distopía es un concepto anglosajón con el que queremos denominar la percepción negativa que tenía el pintor acerca de diferentes aspectos de la vida, la sociedad y el mundo artístico. Encontramos así que la elaboración de algunas piezas en las que recrea una visión utópica, que desgranamos con anterioridad, no quiere decir que tuviese una visión crítica acerca de los problemas de su tiempo. Los cuadros que analizamos en este bloque componen un corpus dedicado íntegramente a desplegar una visión ácida, dura y desencantada de lo que él creía eran los males de la sociedad de su tiempo. Estas pinturas tienen en general unas características particulares entre las que destacan la consideración de ser obras destinadas a un ámbito privado, y la espontaneidad e inmediatez de la ejecución por tratarse en muchos casos de cuadros de pequeño formato casi abocetados. Por estos motivos podemos decir que para un investigador constituyen un auténtico filón del que extraer numerosas conclusiones acerca de su personalidad artística y de su visión del mundo. Si bien no tienen la envergadura de otras piezas de mayor tamaño y dificultad técnica, componen un grupo digno de ser estudiado independientemente. La crítica de arte, más o menos especializada y fundamentalmente la de ideas renovadoras, fue objeto de sus “dardos” pictóricos. Acusaba a los críticos de ser un grupo de poder que desde la sombra se convierte en juez y señor del panorama artístico. Esta facultad que había pertenecido a la Academia como institución es progresivamente asumida por este nuevo actor del panorama artístico. Su relación con algunos críticos de arte será tremendamente agria, destacándose especialmente la que mantuvo con Eugenio D`Ors. Como uno de los máximos dirigentes de la política cultural tras la guerra civil, para Hermoso era uno de los responsables de la deriva que iba tomando el panorama artístico durante la posguerra y los años posteriores. Nos sirven así los cuadros que hemos analizado para hacer un recorrido por los distintos momentos que vivió la política cultural española en esos años tan convulsos durante la república y la dictadura. La sociedad civil también es objeto de críticas por parte del pintor. Hermoso consideraba que el nuevo modo de vida, fundamentalmente urbano, estba acabando con una serie de valores tradicionales por los que él tiene gran aprecio. La obsesión por las apariencias o el amiguismo son algunos de los vicios que mostró en alguna de sus obras, imitando lo que hicieron años atrás artistas como Goya. Pero el grueso de las críticas se lo llevó el mundo del arte y la evolución de la pintura. Como uno de los adalides de las posturas más conservadoras dentro del panorama artístico español, arremetió con gran fuerza contra aquellos que buscan la superación de los límites de la pintura académica y se sumaron a las diferentes corrientes de vanguardia. En sus cuadros deja claro que sólo concibe la adhesión a estos postulados por juventud o por ignorancia. Los reconocimientos y los méritos son otro de los temas que aborda en la llamada Serie Nertóbriga. En los años en que Hermoso comienzó a realizar esta serie (mediado el siglo XX), España se encontraba sumida en la posguerra. Hermoso se mostró claramente partidario del nuevo orden establecido tras la contienda. Esperaba que tras unos años difíciles durante la II República le llegase su momento de gloria en el nuevo estado fundado por los ganadores de la guerra civil, pero nada más lejos. El reconocimiento oficial le llegó muy tarde y no precisamente en su mejor momento pictórico. El Régimen Franquista consideró más interesante políticamente apoyar a algunos artistas de vanguardia que trabajan la abstracción, dado que esto le proporcionaba cierta imagen aperturista en el exterior que en nada tenía que ver con la realidad. Así pues señala en sus obras a los poderes del Estado como eran El Ejército, la Iglesia Católica y la Crítica como responsables de la deriva tomada por la política cultural y los reconocimientos artísticos. Durante sus muchos años de profesión Hermoso sufrió en sus propias carnes el problema de las falsificaciones. No en vano no es extraño que aparezca hoy en día algún cuadro que se vendió como suyo en lotes de subastas, pero que en realidad es una falsificación. Por este motivo no olvida a los falsificadores en sus pinturas críticas, pero también menciona la connivencia forzosa de los maestros que enseñan a los discípulos las técnicas de los pintores para que luego ellos puedan imitarlas y así suplantarlos. Esta tesis es además un recorrido por toda la obra de Eugenio Hermoso en el que analizamos su evolución técnica desde las obras de juventud hasta las de madurez. En una búsqueda de una evolución que no supusiese una ruptura con la pintura de los clásicos, una alternativa a las vanguardias planteada desde unos postulados conservadores.